[Cuerpo/Territorio/Levedad]
II.
DESIGNIO DE LA REINA
Cuando la reina convertida omnipresente en su
terruño corpóreo transgrede su raciocinio cotidiano de la mujer a la bestia,
prioriza sus instintos para arrojarse al territorio fértil y salvaje del rey,
entonces, se van entrelazando las batallas impúdicas, esas en donde las buenas
costumbres no tienen cabida en su santuario. Es una guerra consensuada casi
perfecta entre la razón y la lujuria, ya saciada, el ocaso de sus fuerzas se
asoma, no así de los ánimos, -nadie vence- la pareja se heroíza por mimetizar los
caudales emancipados del blanco perfecto: la pasión. Y en paralelo, sus
corazones se regocijan en permanente de aquello que entre sí provocan, el amor.
Pero también, en el acto de no contrición, se van entretejiendo altares de
promesas de adoración entre el uno y la otra, haciendo infinitos territorios de
éxtasis... cumpliéndose así, el designio de la Reina, la de colocarse
mutuamente en espacios sagrados gracias al frenesí que inevitablemente brota de
sus permanentes batallas de amor.
Mientras tanto, la razón se abstrae de sus
cuerpos volcados en uno solo, contemplando lo que nunca tendrá y que quizá,
desearía.