lunes, 2 de septiembre de 2019

La imagen en la noticia, más allá de la técnica

Imágenes del texto: Margarito Pérez Retana
Texto: Ana Cristina Hernández Morales

Inevitable soslayar la imagen desde el punto de vista antropológico, ya que a partir de ello podemos hacer la siguiente afirmación: La fotografía [como imagen contextualizada] hace 'historia'. Por otro lado, resulta necesaria la producción fotográfica siempre y cuando arroje “utilidad histórica” por tanto diremos que, desde la antropología, la fotografía temporaliza su propia memoria y para tal efecto se requiere la re-producción constante como vocabulario en [instituidos] los medios de comunicación los cuales no son los únicos, pues es necesaria su re-producción en las diferentes plataformas que se entretejen en la sociedad, ya sean formales o informales. Importante mencionar que la imagen genera condiciones para el conocimiento. En muchos casos, la fotografía se traduce como posibilidad de emitir sensaciones al sujeto, estas, ligadas a la facultad sensible para así ser parte de los elementos que constituyen conocimiento en él. A partir de la frase “Lo que no se ve, no existe” relacionada a la imagen y considerada como premisa de ella, posibilita parte de la historia. Por lo anterior, me aventuro a realizar una transposición desde una de sus máximas del filósofo francés, René Descartes: “Pienso, luego existo” en donde la imagen toma sentido y se materializa como referencia histórica cuando esta, se acompaña del contexto (lo que no se ve, no existe), dicho de otro modo, la imagen se hace verdadera dada su existencia a partir de un hecho y, que además la confirman sus testigos permanentes, ya sean endógenos y/o exógenos.
Existe una complejidad entre la violencia y la estética, sobre todo porque estos conceptos obedecen a explicaciones socio-políticas y de arte, éste último, se entreteje con aspectos primordiales para la sociedad a partir de la contemplación en la imagen, como una de las alternativas para conocer lo que acontece en nuestro amanecer en temas de interés común. Sin duda, tenemos a varios fotógrafos que nos internan en una ambivalencia cruda y a la vez placentera, sin embargo, en este caso, propongo como ejemplo y para justificar este artículo, una fotografía que dio vuelta a varios lugares del mundo, en donde se contextualiza -a partir de una imagen- la violencia que nos sigue los pasos:
El pasado 8 de mayo de este año, se presentó una balacera en el centro de la ciudad de Cuernavaca, Morelos. El fotoperiodista Margarito Pérez Retana, capturó el momento preciso del atentado (fotografía al inicio). En esta imagen como en muchas otras de su autoría, hace transportarnos a una rareza de contradicciones entre la frustración, y la belleza, ellas vertidas en la complejidad dinámica del sujeto con relación a su entorno social. La frustración, corresponde al sentimiento que nos lleva al trasfondo respecto a la situación en la que estamos parados, verbigracia; la violencia imparable en Morelos, la cual hace preguntarnos por el Estado fallido en el que vivimos, verificando el descobijo del aparato de Estado al no cumplir con su función.
 A propósito de la utilidad histórica en la producción fotográfica, además de necesaria su divulgación y todo lo que conlleva,  resulta importante conocer si la respuesta de aquellas personas que reciben la imagen y que además son evidenciadas por la sensibilidad, serán capaces de reaccionar corresponsablemente con la praxis; dicho de otro modo, ¿será que el objetivo final de la fotografía y en algunos casos, el deseo del fotoperiodista cumple su función desde el punto de vista antropológico, político y social a partir de la intención de sensibilizarnos frente a una imagen capaz de sacudir nuestra conciencia para cuestionar parte de la realidad en la que vivimos, de tal modo que, coparticipemos en acciones capaces de modificar  dicha situación?
 Por último, la estética en la fotografía, que paradójicamente hace visible la amabilidad en la que se nos presenta la imagen, apropiándose de la belleza que hace sensibilizarnos para mimetizarnos entre la oscuridad y la luz, lo cual hace que los interlocutores visuales la contemplemos con el placer que provoca la rebelión fotográfica y, en la misma tesitura desde el subconsciente demos cuenta de la limpieza entre la violencia y desesperación contenida en ella. Me atrevo a comentar que, al volcar el disparo, se permea la ética del autor fotográfico al cuidar de los protagonistas y sus cercanos para no violentar más, lo ya violento.
Me pregunto si el autor Margarito Pérez, cada vez que produce este tipo de fotografías, hace conciencia de su capacidad fotográfica en binomio:  desde la estética y su sentido humanista crítico social: no lo sé, no obstante, lo que quizá es probable, es que los artistas que producen este tipo de imágenes transversales entre la estética y la evidencia socialmente incómoda que al mismo tiempo denuncia la degradación humana, llevan impregnados el valor, la rebeldía y su necesidad de no callar la realidad, obedeciendo en constante comunión con la deontología.

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