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Imágenes del texto: Margarito Pérez Retana
Texto: Ana Cristina Hernández Morales |
Inevitable soslayar la imagen desde el punto de
vista antropológico, ya que a partir de ello podemos hacer la siguiente
afirmación: La fotografía [como imagen contextualizada] hace 'historia'. Por
otro lado, resulta necesaria la producción fotográfica siempre y cuando arroje
“utilidad histórica” por tanto diremos que, desde la antropología, la
fotografía temporaliza su propia memoria y para tal efecto se requiere la
re-producción constante como vocabulario en [instituidos] los medios de
comunicación los cuales no son los únicos, pues es necesaria su re-producción
en las diferentes plataformas que se entretejen en la sociedad, ya sean
formales o informales. Importante mencionar que la imagen genera condiciones
para el conocimiento. En muchos casos, la fotografía se traduce como
posibilidad de emitir sensaciones al sujeto, estas, ligadas a la facultad
sensible para así ser parte de los elementos que constituyen conocimiento en
él. A partir de la frase “Lo que no se ve, no existe” relacionada a la imagen y
considerada como premisa de ella, posibilita parte de la historia. Por lo
anterior, me aventuro a realizar una transposición desde una de sus máximas del
filósofo francés, René Descartes: “Pienso, luego existo” en donde la imagen
toma sentido y se materializa como referencia histórica cuando esta, se
acompaña del contexto (lo que no se ve, no existe), dicho de otro modo, la
imagen se hace verdadera dada su existencia a partir de un hecho y, que además
la confirman sus testigos permanentes, ya sean endógenos y/o exógenos.
Existe una complejidad entre la violencia y la
estética, sobre todo porque estos conceptos obedecen a explicaciones
socio-políticas y de arte, éste último, se entreteje con aspectos primordiales
para la sociedad a partir de la contemplación en la imagen, como una de las
alternativas para conocer lo que acontece en nuestro amanecer en temas de
interés común. Sin duda, tenemos a varios fotógrafos que nos internan en una
ambivalencia cruda y a la vez placentera, sin embargo, en este caso, propongo
como ejemplo y para justificar este artículo, una fotografía que dio vuelta a varios
lugares del mundo, en donde se contextualiza -a partir de una imagen- la
violencia que nos sigue los pasos:
El pasado 8 de mayo de este año, se presentó una
balacera en el centro de la ciudad de Cuernavaca, Morelos. El fotoperiodista Margarito
Pérez Retana, capturó el momento preciso del atentado (fotografía al inicio).
En esta imagen como en muchas otras de su autoría, hace transportarnos a una
rareza de contradicciones entre la frustración, y la belleza, ellas vertidas en la complejidad dinámica del sujeto con relación a su entorno
social. La frustración, corresponde al sentimiento que nos lleva al trasfondo
respecto a la situación en la que estamos parados, verbigracia; la violencia
imparable en Morelos, la cual hace preguntarnos por el Estado fallido en el que
vivimos, verificando el descobijo del aparato de Estado al no cumplir con su
función.
A propósito
de la utilidad histórica en la producción fotográfica, además de necesaria su
divulgación y todo lo que conlleva, resulta importante conocer si la respuesta de
aquellas personas que reciben la imagen y que además son evidenciadas por la sensibilidad,
serán capaces de reaccionar corresponsablemente con la praxis; dicho de otro
modo, ¿será que el objetivo final de la fotografía y en algunos casos, el deseo
del fotoperiodista cumple su función desde el punto de vista antropológico,
político y social a partir de la intención de sensibilizarnos frente a una
imagen capaz de sacudir nuestra conciencia para cuestionar parte de la realidad
en la que vivimos, de tal modo que, coparticipemos en acciones capaces de
modificar dicha situación?
Por último,
la estética en la fotografía, que paradójicamente hace visible la amabilidad en
la que se nos presenta la imagen, apropiándose de la belleza que hace
sensibilizarnos para mimetizarnos entre la oscuridad y la luz, lo cual hace que
los interlocutores visuales la contemplemos con el placer que provoca la
rebelión fotográfica y, en la misma tesitura desde el subconsciente demos
cuenta de la limpieza entre la violencia y desesperación contenida en ella. Me
atrevo a comentar que, al volcar el disparo, se permea la ética del autor
fotográfico al cuidar de los protagonistas y sus cercanos para no violentar
más, lo ya violento.
Me pregunto
si el autor Margarito Pérez, cada vez que produce este tipo de fotografías,
hace conciencia de su capacidad fotográfica en binomio: desde la estética y su sentido humanista
crítico social: no lo sé, no obstante, lo que quizá es probable, es que los
artistas que producen este tipo de imágenes transversales entre la estética y
la evidencia socialmente incómoda que al mismo tiempo denuncia la degradación
humana, llevan impregnados el valor, la rebeldía y su necesidad de no callar la
realidad, obedeciendo en constante comunión con la deontología.